lunes, 17 de agosto de 2009

Aquí y ahora

Emboca el último juguete en el canasto, se desploma en el sillón, no se anima a mover un solo hueso, la casa está en silencio y eso a veces, parece imposible de imaginar.

Se anotó en un taller de escritura de modalidad  "a distancia", esto último fue lo que pareció convencerla, le enviarían audios con consignas.

No necesitaría más que una hora y podría hacerlo sin salir de su casa.

Acostada en el piso, suspira mientras escucha una voz suave que va guiando sus pensamientos, que le indica cómo acomodar su cuerpo para ir tomando conciencia de él.

Quiere escuchar lo que le grita su propio interior, lo que siente, lo que calla.

Sigue las instrucciones, cree que es aplicada, se esmera en seguir los pasos.

Al final se da cuenta que no lo es tanto, tendría que haber puesto una manta en el piso.

Tiene frío.

Corta el audio, va a buscar un saquito, de camino riega el helecho.

Apaga las luces.

Cierra la canilla, la gata toma agua de la canilla.

Vuelve al piso, se siente culpable y traicionera por no poder quedarse quieta, es solo un rato.

Ahora, también, se siente auto exigida, cómo va a pretender tener una hora de corrido con un bebé.

No puede visualizar sus pantorrillas, tampoco la zona pélvica, está adormecida… el puerperio, dicen, dura unos días, pues los de ella se extienden a meses, años.

Recorre, escucha la voz guía, se va relajando, parece que finalmente se ha entregado, inhala, exhala.

El otro gato, tiene tres, se acerca y le olfatea la oreja, su nariz húmeda le toca el cachete.

Estremecida se tienta de risa.

- ¿puedo ser tan tarada? Se pregunta.

-¡Vamos, concentrate un segundo! Se obliga.

Un piano de fondo la invita y vuelve al casi trance que logra sostener, que puede.

 “Aquí y ahora” susurra la mujer que la guiará.

 Imagina palabras, océanos de palabras, vuela un poco, vuela cerca, algo le dice que aterrice, son los pasos de Borja.

Buscando en la penumbra de la cocina a su madre, la encuentra en posición rara, tirada en el piso, a oscuras, con el gato olfateándole la oreja y oyendo una voz de mujer que dice cosas extrañas.

El niño se ríe, parece acostumbrado a este tipo de escenas, le pregunta qué hace, Ana contesta:

-me relajo-

-¿Para qué?- Dice él, y se va.

-¿Para qué? Repite ella.

Termina el audio, respira hondo, se levanta del piso con relativa agilidad y escribe:

“Pensé en este espacio porque necesito poner en claro, desenredar y dar forma a mis sentimientos.

Escribir es un camino creativo y leerme puede hacer que esa voz interior que me grita algo, un sonido extraño, a veces un estruendo terrible, sea más clara.

En mi “aquí” debería ser feliz; en mi hogar, calentito, rodeada de lana, perfume de café, sonrisas de niño y carcajadas de bebita.

En mi “ahora” tendría que ostentar una sonrisa de misión cumplida, tengo el trabajo que quiero, puedo criar a mis hijos sin horarios fijos, mi compañero es un gran hombre.

Y sin embargo, hay un hueco enorme y oscuro, a veces tenebroso, que absorbe alguna puntita de mi felicidad y hace que me sienta incompleta.

Tal vez si me relajo pueda escuchar esa voz, y si logro abrirme pueda escribir lo que me dice y si soy muy valiente y me leo, pueda dejarlo atrás o analizarlo o mirarlo del derecho y del revés y le encuentre la vuelta”.

Ana cierra la computadora, enciende la hornalla y se dispone a calentar la cena.

Tonio está por llegar y le gusta esperarlo con la comida lista.