martes, 4 de mayo de 2010

un viaje bisagra

Son las 13.15 hs, es un sábado precioso, pero estoy limpiando mi casa.        
                                           
Me gustaría estar paseando con alguien, pero estoy sola y limpiando la casa.

El teléfono no para de sonar, no lo atiendo, ya sé quién es.

Su voz sale del contestador, pausada, cautivante, habla del sol, dice “parque”, lee un fragmento de Bukowski, saluda, corta.

Sigo limpiando, cada vez con más energía.

A las 15.30 hs mi cabeza da vueltas, mi corazón enloquece, el día va pasando.

Me sorprende mi fuerza de voluntad, me sorprende como evito correr a atender ese llamado.

Preparo el mate, mis propios pensamientos no me permiten concentrarme en nada.

Tengo un huracán en el pecho.

Son las 18 hs, vuelve a sonar, es increíble, pero sigue sonando.

Camino por la casa como gato enjaulado.

Trepo al techo, limpio telas de araña, lustro muebles.

Ordeno cajones, tiro papeles.

En 5 minutos serán las 19 hs, llamo a mi novio, “todavía no sé qué voy a hacer a la noche”, dice.

Está mintiendo, ya conozco como termina el cuento.

Me baño, dejo que el agua  recorra todo mi cuerpo, me quedo debajo de la ducha un rato largo, el agua cae pesada, me tendría que doler, pero nada siento, estoy en otro lado.

El identificador de llamadas registró 17 veces el número de teléfono con característica de Capital, las conté.

20.15 hs, llamo de nuevo a mi novio, esta vez para decirle que voy a salir con mi prima.    
    
Se sorprende, eso nunca sucede, de golpe se le ocurren planes para que hagamos juntos, propone cenar con amigos, incluida ella.  

“En todo caso, si tenemos ganas, caemos más tarde”,  respondo.
Sí, hay tono de revancha  en mi respuesta, lo culpo por lo que va a pasar.

20.45 hs, me tiemblan las manos, me pongo nerviosa, devuelvo la  llamada, marco ese número con característica de Capital.

7 cuadras hasta la parada del colectivo, mis pies van solos, floto, me explota el pecho, me siento linda, me siento interesante, mi pelo está suave, mi andar es un baile, tiene ritmo, los pasos son seguros, hay firmeza.

21.20 hs subo al 160, es el colectivo que me llevará a mi próximo destino.

Me siento del lado de la ventanilla.

Intento distraerme mirando a la gente, hay muchos chicos y chicas, seguro van a bailar, se ríen, se dan la mano, se besan, me veo en el reflejo del vidrio, tengo miedo, me sonrío, pero esa sonrisita que hago cuando estoy nerviosa.

21.50 hs, casi llegando al Puente Alsina, mi pecho está a punto de reventar, las manos me sudan, siento que mi cuerpo se levanta del asiento, pide permiso, va hacia la puerta trasera, toca el timbre y se baja de colectivo.

Javier es mi novio, hace 4 años que estamos juntos, nuestra relación se puede definir como pasional, infantil.    
                               
Siempre estamos en tiempos distintos, cuando él estaba entregadísimo de amor yo tenía ganas de otra cosa.

Ahora me enamoré, no sé bien si de él, o de la idea del amor que uno se construye.                                                                                            
                                                                   
Hace tiempo que me cuestiono el permitirle tratarme con indiferencia, por dejar que haga lo que quiera con mis tiempos, por ser conciente de que es sábado y soy su plan B.     
                             
Intento identificar los motivos por los cuales estoy en esta posición;  
¿será el miedo a lo nuevo? 

Él es un buen chico, a su manera, es buen amigo, es buen hijo, es buen nieto, no es buen novio, lo fue, pero ya no.

La última moda entre los chicos de mi barrio es pelearse con sus novias los fines de semana, así no hay culpa.

Lo que Javier no tenía calculado era que yo podía conocer a alguien durante esas peleas que él inventaba.

Y pasó.

Fui víctima de un flechazo, entré y lo vi, lo Vi, con mayúscula. 

Por suerte me miró también.

Lo nuestro fue hace unos meses, quedó suspendido en el tiempo, quedó congelado, postergado hasta que pudiera resolver mi corazón, mis miedos, mis incertezas.

Hoy tuve una epifanía, el sol, su voz en el contestador y el efecto que eso me causó en la boca del estómago, las ganas locas de salir corriendo hasta él, el reprimirme esperando que el otro, el malo conocido, dijera algo, alguito, una pequeña muestra, una señal, algo que me sacara de mi enamoramiento casual y me hiciera volver al mundo de lo conocido, a la básica ecuación de nuestro predecible acontecer.    
 
Pero del otro lado del tubo, solo me esperaba, nuevamente, el fuerte latigazo de su indiferencia.

Hoy voy a saltar al vacío.

La sensación es esa, dejar la estabilidad del suelo, aunque sea de clavos, espinas, sapos y víboras, voy a arrojarme al vacío, permitirme la sorpresa, sin saber nada, o mejor dicho, sabiendo solo que su voz me hace flotar, me toma en el aire y que su mirada me ayuda a bajar, despacito me baja.

El colectivo cruza el  Puente Alsina, mi cuerpo pareció bajarse en Provincia, mi corazón, mis alas, mi intuición, siguieron sentados mirando por la ventanilla, abriendo camino a lo nuevo, dejando lo que duele atrás, haciéndome sentir  valiosa.

22.30 hs, me mira a los ojos y me ofrece un abrazo, me hundo, me pierdo ahí.

Mi cuerpo, antes acobardado, se anima; cruza a nado el Riachuelo, atraviesa avenidas, esquiva autos, quiere estar ahí, quiere ser habitado en cada una de sus partículas, por ese nuevo hombre, quiere, también, tirarse al vacío y dejarse atajar.

De este viaje bisagra pasaron ya trece años, tres gatos, dos hijos, una separación, una reconciliación, miles de peleas, doscientas mil discusiones, muchísimas alegrías.

Duró 9 horas 15 minutos, marcó mí destino.