viernes, 26 de noviembre de 2010

el mejor beso

Besos recuerdo varios, muchos me han hecho vibrar, otros no significaron demasiado, pero hay uno que fue el mejor de todos.

El primer beso con alguien significativo es para atesorar, genera sensaciones únicas que se manifiestan en el cuerpo.

El primer beso con él, fue casi de película.

La noche en que nos conocimos fue puro alineamiento de planetas, casi un imposible.

Un cumpleaños al que estuve a punto de no ir, amigos en común pero de mundos diferentes, una charla en grupo que termina en un café, con nosotros dos como únicos protagonistas. 
Sigue con una caminata a la madrugada para comprar el diario, abrirlo y encontrar lo buscado, lo anhelado y ahí un beso de esos que te estampan contra la pared, que te levantan en el aire, que te sorprenden, que se escurren en sonrisas, que dejan tu estómago duro, el pecho hinchado, que siguen en caricias y que ojalá nunca terminaran.

Pero aun así, éste no fue el mejor, voy a elegir otro.

Ese primer beso derivó en historia de amor.

En aventura de convivencia y pronto en bebé. 

Nos convertimos en familia.

La dificultad, las diferencias, la maternidad y paternidad poblaron nuestros días de desafíos, difíciles, cada vez más complicados.

Quedaron atrás todas esas sensaciones que el enamoramiento genera, quedaron tan atrás esas vivencias sentidas en el cuerpo. 

Ahora la consigna era más parecida al paso a paso, al sobrevivamos el instante, al soportemos... al soportémonos.

El amor se fue transformando en otra cosa, nuestros días eran eclipses totales, el desasosiego vivía en nuestro hogar.

Nos separamos, o en realidad, terminamos de separarnos, decidimos mantener cierta distancia física, la que nos permitiera el lazo de familia, la que nos permitiera nuestro hijo.

La certeza de estar haciendo lo mejor, el dolor inconmensurable que provoca el darse cuenta del desamor, el día a día, el desarmar.

La mitad vacía.

Las insoportables preguntas, era peor antes?

Era peor cuando estábamos juntos pero en diferentes lugares? cuando nuestros ojos ni se animaban a encontrarse? Noches enteras empapada en interrogantes.

Qué peor soledad que la que se vive aunque uno esté rodeado de gente, me repetía como para convencerme.

Fueron meses de incertidumbre, de vivir sin tener nada claro, de pisar en falso constantemente, de variar las propuestas, de responder sin doblegarse a las simples, pero tremendas, preguntas de un niño de tres años.

Todo hubiese sido más sencillo si nos hubiésemos dejado de querer del todo, si nos hubiésemos enojado mucho uno con el otro, pero no sucedió así.

Nos respetábamos más que nunca, nos cuidábamos como hacía demasiado no pasaba.

De alguna manera esa distancia, ese dolor, ese primer beso, el lazo familiar también, se comulgaron, confluyeron un domingo.

El día estaba lindo, la plaza nos invitaba, el llamado para saber si la otra mitad estábamos con ganas de aire libre, con ganas de vivir un rato sin imponernos reglas, sin responder a supuestos sobre la vida de separados.

La imagen regresa en cámara lenta, la quiero revivir despacito; termo, mate, arena, risas de niños, risa del nuestro, los árboles y de golpe un brazo que rodea mis hombros, el suyo, sin decir nada, ninguna palabra nos hacía falta.

Se me cierra la garganta al recordarlo, es compleja la vida en pareja, es tan difícil, cada día más, pero vuelvo a ese domingo y me veo apoyando la cabeza en su brazo, siento su mano apretando mi hombro y tomándome con fuerza como si me estuviera yendo, 
como si me estuviese escurriendo. 

Pero yo estaba más cerca que nunca, estaba tan deseosa de ese brazo, lo necesitaba tanto.

Y ahí, en la plaza, bajo los árboles, con el termo y el mate, nuestro hijo jugando en la arena, nos dimos nuestro beso de la segunda parte, muy diferente al primero porque ahora nos conocíamos, sabíamos adónde nos estábamos metiendo y con quién.

Pasaron varios años de esos meses separados, mantengo la idea de que la convivencia es lo más difícil que emprendí en mi vida y vaya si emprendí desafíos, hoy sigo enojándome con él por las mismas cosas y él también conmigo.

Con cada discusión, con cada enojo, rememoro aquel instante en la plaza, hay un poco de nostalgia, hay un poco de alivio al recordar aquel único beso.

El mejor.