lunes, 5 de septiembre de 2011

los tesoros materiales

Abuelita Trini ya no está, nos dejó hace unos años.

Cuqui, su mamá, la lloró todo lo que pudo durante un tiempo y un día no la nombró más, no preguntó más por ella. 

Su corazón le envió una enfermedad a su cabeza para olvidar y así soportar tanto dolor.

Ahora ella está viejita, cada día más chiquita, frágil y triste, aunque no lo recuerde. 

Cada tanto su temple regresa  a saludarnos y se manda alguna macana, como aquella vez que se escapó al Correo para despachar una carta y se cayó apenas salió a la calle.

 Ni eso la detuvo, ni la fractura de cadera como resultado, ella sorteaba todos los obstáculos y al tiempo ya estaba repuesta y con ganas de salir corriendo de la cama.

La decisión de cerrar la casa de Colombres y enviarla a un geriátrico fue tomada, no fue fácil.

 El lugar era precioso; había árboles enormes, pajaritos en el jardín, a Cuqui le encantaban los pajaritos, cada vez que llovía ella decía: 

-Pobres los pajaritos, cuando llueve se les moja el nido.

 La vimos sonreír en ese lugar, su boca se fue aflojando, el amargo rictus de los últimos años había desaparecido, los ojos estaban serenos y así, ella también.

Ahora la casa estaba en silencio, apagada, después de años de albergar risas, llantos, gritos, olores, sabores, música, ahora estaba callada.

Vaciarla, desarmarla para siempre, desmembrarla y repartirla, no pude con eso, yo no estuve.

Tengo algunas cosas de aquellas, entre ellas mis dos tesoros: la biblioteca de abuelita Trini, sus libros y el mueble hermoso que los contenía. 

Me pasaba horas mirando y repasando cada uno de sus libros, no sé si son grandes obras de la literatura, pero son suyos, ella los fue leyendo uno por uno, cada noche dio vuelta sus páginas con los deditos llenos de crema Pond's y tal como le había pedido cuando era niña: “abuelita, el día que te mueras yo quiero tu biblioteca”.

Hoy, está conmigo.

Mi otro tesoro es la mecedora.

Todavía parece que escuchara a Cuqui rezongar y pedirnos que no nos hamaquemos fuerte, que se va a dar vuelta pedía, se van a romper la cabeza, vaticinaba, pero nosotras seguíamos sin tener miedo.
Una parada en las patas del sillón hamaca y otra sentada al grito de arre, aaaaarre, nadie podía sacarnos de nuestro trance, el sillón hoy era carreta, mañana sería barco o auto.
Ahora lo miro, está impecable, su vida será larga, trascenderá las nuestras, sobrevivió a la basta imaginación de niñas algo salvajes porque es de buena madera y hoy es mecedora de Carmen y arquero de Borja, mis hijos, también camita de mi gato Bochatón, que parece preferir ese lugar a cualquier otro. 

Si Cuqui supiera, no le gustaban los gatos.

Su sonido, chac, chac de subir y bajar me conmueve aunque esté en la otra punta de la casa, hay algo fantasmagórico, es un viaje al pasado, es verla a Cuqui allí sentada meciendo niños, nietos, bisnietos y hoy, tataranietos.