martes, 21 de febrero de 2012

las automentiras

Me vivo autoengañando, me miento descaradamente, me convierto en una farsa. 

Voy a enumerar las automentiras que peor me caen:

 1*****************
“Nunca, pero nunca más me tengo que cortar el flequillo”.

Por cuestiones intrínsecas a la convivencia, me veo inmersa en la imposibilidad de retirar la tijera del botiquín. 
Marido con barba se empeña en guardar el arma de destrucción capilar a mano, a mí me resulta casi imposible resistirme a la tentación de probar nuevos looks, teniéndola tan cerca.

 Otra incompatibilidad que pareciera atentar contra la durabilidad de la pareja o, al menos en este caso, contra mí cabellera.

Cada dos por tres ella pareciera llamarme, me chista, me provoca, me encandila con su filo. 
Resisto a su seducción por unos días, pero es en vano, el bichito del cambio me ha llamado y así un buen día me zampo el tijeretazo. 

Pobrecito mi hijo,  él también se ha convertido en víctima de mi problemita con las tijeras, anda por la vida con unos mamarrachos en la cabeza que dan pena.

2**********************
“Voy a cagarme de hambre por dos semanitas, cortar harinas y reemplazarlas por naranjas, así bajo la panza”.

Ese es el plan en las vísperas de algún evento social en el que seguro habrá alguna arpía que diga que la lactancia no me hizo perder peso.

Compro las naranjas, hasta me hago alguna que otra galleta de arroz con queso crema.

Lo sostengo por alrededor de un día entero.

 Al  día dos, empiezo a creer que soy muy progre para verme envuelta en una misión tan banal, que el cuerpo es un vehículo del alma, soy cero espiritual, CEROOO, pero en estos momentos se me abren chakras y todo.

 Muevo la cabeza indignada frente a las modelos y me repito que las mujeres objeto me dan pena, me anoto en foros feministas con chicas que no se depilan las axilas y mientras creo que alimento mi intelecto me preparo unas medialunas con jamón crudo y queso, así también alimento mi cuerpo.

El día del evento me pongo el vestido, me siento mal, no me gusto, me odio por tener tan poca fuerza de voluntad y corono mi atuendo con una carterita bandolera que no pega ni con cola pero me hace el favor de tapar mi vergüenza de ser tan contradictoria.

3***********************
“Le voy a decir lo que me pasa con madurez, con convicción y seguridad”.

Frente al espejo del baño practico diálogos, cara seria, tono sereno y seguro, expongo mis argumentos e imagino un público emocionado ovacionándome de pie. 

Así me preparo cuando tengo que hablar de algo “serio” con Tonio.

Odio llorar en esos casos. 

Me revienta que las palabras se me agoten y se transformen en un dialecto entrecortado, mezclado con mocos, lleno de drama, congoja.

Odio esas escenas, por eso ensayo ser una mujer adulta, segura y sin lágrimas.

 Cuando me siento lista lo invito a sentarse en el sillón, los chicos duermen, él siempre repite el mismo gesto: se pasea la mano abierta por toda la cara, de arriba hacia abajo, como fastidiado pero sin recurso de salida.

 Estamos listos, sentados frente a frente, tengo todo el diálogo fresco, estoy tranquila,  comienzo a expresar lo que siento, voy bien, voy muy bien, ya llevo tres palabras dichas y cuando creo que lo voy a lograr, se me empieza a cerrar la garganta, la voz se agudiza y cambia de tonos sin cesar, pierdo la letra, el ojo derecho empieza a gotear y ya me invade la angustia, lloro, me enojo, mocos, muuuchas lágrimas.

Qué bronca, venía bien.

Por dentro me doy risa, pero no puedo reírme porque se supone que es un tema serio.

4********************
"Crianza de apego".

Cuando nació Borja leí muchos libros de gurúes sobre maternidad, sobre lactancia, colecho, alimentación sana, bla, bla, bla.

Mi mambo de ser huerfanita, me obligaba a nutrirme de información para que de ninguna manera, la tarea de maternar me saliera mal.

Al final me mandé muchas macanas, obvio, como todas las madres. Algunas con un grado de peligrosidad mayor que otras.

Recuerdo el caso de la leche, leí que hacía mal tomar leche de vaca, entonces compré una lata de leche de almendras (caríiiisima), preparé el vasito para Borja y ni bien el líquido blancuzco tocó sus labios, el chiquillo con escaso vocabulario me lo extendió diciendo: "ésto está mal".

En otra oportunidad quise inculcarle que comiera frutas abrillantadas, en lugar de caramelos, tendría alrededor de tres años. 

En la dietética, tenían unos canastos donde exhibían unos daditos de frutas de todos los colores, compré un surtidito y me fui contenta.

Qué bien alimento a mi hijo!!!

Esta vez no solo me miró mal, también con arcadas escupió aquella novedad que la madre le ofrecía.

Pasaron seis años y todavía lo menciona: "te acordás cuando te hacías la sana y me diste esas porquerías de colores que me hicieron vomitar?"

Ahora que nació la segunda puedo hacerme cargo de todo; el colecho lo apruebo solo porque así puedo dormir tranquila, la nena toma la teta a libre demanda porque así puedo contestar los mails en un solo movimiento, come caramelos de verdad porque el chino del barrio le convidó y no hubo caso, se lo mandó sin preguntar.

Para los que temen por la vida amorosa conyugal y el colecho, puedo decir que existen otros espacios para ese tipo de prácticas.

Y además, con un bebé en la casa, una termina prefiriendo otros detalles de amor; que te prepare el desayuno mientras dormís otro ratito, supera ampliamente una situación de prometedor Kamasutra.

O eso es otra de mis automentiras?






miércoles, 15 de febrero de 2012

recuerdo

Hoy me acordé cómo fue que supe que el azúcar funciona para detener hemorragias.

Tendría 6 o 7 años, no más, me acuerdo que caminábamos por una calle céntrica, había bastante gente, yo iba unos pasos detrás de ellos.

Ellos, eran mis hermanos y mi madre, no sé a dónde iríamos, no teníamos a nadie por allí, o esa era mi sensación.

Mi hermana Maria, vendría mirando el suelo y por ese motivo no vio delante suyo un poste de luz, su frente comenzó a sangrar, ella lloraba, mi madre seguía su paso sin escuchar mi llamado, la gente comenzó a rodearnos, el mozo de un bar sacó de su bolsillo un sobrecito de azúcar y lo volcó en su frente.

La sangre frenó.

Mi madre no.