miércoles, 13 de junio de 2012

Los hombres



Todos los hombres de mi familia, sin excepción, dejaron heridas profundas en las Amazonas que me criaron.

Mi bisabuelo era un hombre de carácter fuerte, explosivo, era capaz de revolear el plato si le servían el almuerzo tibio. Lo describían como un vasco bien cabrón, machista, rabiosamente machista.

No dejó que su hija hiciera el secundario, “el estudio es cosa de hombres”, sentenció y ella se convirtió en una estudiosa autodidacta, no pudo frenar su ambición por conocer, sí evitó que tuviera un título que la habilitara para crecer profesionalmente.

Un buen día mi bisabuela Cuqui, su esposa, abrió la puerta de su casa y se encontró a una señora que llevaba de las manos a una niña y a un niño, la mujer extendió los brazos mostrándolos y dijo: 

-Avízele a Jozé que han llegado Ángela y Ángel.

José, así se llamaba el temible hombre, era viajante comercial. Durante alguno de sus peregrinajes por Europa había formado otra  familia.

Se murió cuando yo tenía 6 meses, estaba solo, internado en un hospital, sus hijos, los Ángeles, nunca tuvieron contacto con mi familia, se criaron en silencio, relegados. 

A veces me pregunto qué será de ellos? Habrán tenido hijos, tendré primos lejanos?

Mi abuelo materno, el marido de mi abuelita Trini, era un soñador, un generador de ideas, hoy carpintero, mañana gerente de alguna empresa. 
Todos ponderaban lo buenmozo que era, se parecía a Dean Martin, me encantaba ver las películas en las que aparecía con el gracioso Jerry Lewis, sentía que lo veía a él. 

Amaba la vida, qué digo? amaba apasionadamente la vida.

Tanto amor tenía, que no podía canalizarlo solamente con su esposa, mi abuelita Trini.

 Nunca confíes en un hombre que te regala flores, me decía ella y yo no entendía, hasta que tuve edad suficiente y me enteré que el desbordante amor de mi abuelo Hugo, había tenido que buscar varios afluentes, uno de ellos fue su secretaria.

Tanto Cuqui como Trini, referentes de amor y enseñanzas, odiaban a los hombres, estaban completamente desencantadas del sexo opuesto, "metete a monja”, era una de sus recomendaciones más proferidas, como si las monjas no estuvieran a merced de un hombre también y, peor aún, sin los vicios de la carne…

Llegamos a mi padre, hijo único, huérfano de madre.

Lo escribo y me pregunto si no será para justificarlo, si no pensaré que el hecho de no haber tenido mamá y la ternura que se supone imparte dicha figura, pudiera ser la culpable de que un hombre terminara siendo tan miserable, tan malo, tan falto de amor.

Golpes a mi madre, alcohol, descuido con sus hijas, violencia de todo tipo, de mi padre no hay ningún recuerdo tierno.

Un buen día decidí que no podía quererlo, decidí que no lo quería, que nada de él me hacía bien y dejé de verlo. 

De esto hace 24 años.

Cada tanto veo algún linyera echado en la calle y tengo miedo que sea él, no imagino otro destino para un ser tan carente de amor.

Las figuras masculinas de mi vida han sido un completo desastre, sin embargo y por suerte, no me impidieron amar a mis propios hombres.

Los tuve durante la primaria, en el secundario, los fui conociendo en distintos ámbitos, a muchos los conservo como amigos, estimo sus puntos de vista, necesito su mirada simplificada de la vida, me gustan, me encantan.

No me deslumbran los sobreprotectores, me gustan los que me cuidan como lo haría un amigo.

Creo haber elegido el mejor hombre para formar una familia, creo que con él estoy rompiendo, de alguna manera, con la maldición que cayó sobre las mujeres de mi vida.

Hoy crío a uno, sé que amará y respetará a las mujeres, estoy segura que ningún gen nefasto de esos ancestros masculinos, pudo llegar a su sangre.