martes, 22 de septiembre de 2015

reencuentros

Cumplí años, 38.
Me encanta festejarlo, me encanta que mi casa se llene de gente, que todos hablemos al mismo tiempo, que se mezclen grupos de distintas etapas, con distintos gustos, que compartamos el almuerzo,  que los hijos estén revoloteando, que hagan lío y que nosotros no nos demos cuenta, que suenen risas, que haya que salir corriendo porque no alcanzó el pan.

Me gusta pasarme los días previos preparando ricas tortas para el mate de sobremesa, menjunjes para la picada, me gustan los sanguchitos de carne que prepara Tonio.
Me gusta que arranque al mediodía y termine ya entrada la nochecita.
No tengo rollo con la edad, no tengo rollo con el paso del tiempo, miro mis fotos y no me las creo, no me creo ese cuerpo avejentado, descuidado, las arruguitas.

“Yo me siento dos talles menos y 15 años más joven, pero avisen cuando me pongo ropa que me queda mal" - Le dije a mi tía y nos reímos mucho.
Hace unos días tuve un hermoso reencuentro, así como la red social Facebook me había traído un pescado putrefacto, una solicitud de amistad bizarra, un “me gusta” cargado de locura e ironía, también me trajo a una persona que significó mucho para mí y que por estúpida dejé de ver.
El 5 de septiembre mi teléfono de línea sonó, una vocecita de mujer desde el otro lado, mencionaba mi nombre, pensé que me querían vender algo, ni por un segundo imaginé que la que hablaba era ella, Noelia.
Con Noe fuimos inseparables desde el primer día del secundario, nos hicimos amigas “culo y calzón”, de esas que padecen simbiosis, que no pueden pasar un día lejos de la otra.
Salidas a bailar, mil anécdotas divertidas vuelven a mi mente, la ropa que usábamos, los pasitos de baile que practicábamos en la semana, los sábados desde la mañana abocadas a los preparativos para salir a la tardecita por los boliches de Témperley.
Su familia me acogió como una hija más, no les quedó más remedio, nosotras no pedimos permiso para ser inseparables.

Tres hermanas, padre y madre, los más generosos que conocí, “la casa es chiquita pero el corazón es grande” es la frase que mejor los describe, los domingos esa mesita plegable se colmaba de gente, de risas, del “salud” como venia para comenzar a comer.
Su padre fiscalizaba la ropa elegida para salir:

“Te parece Noelita?
"Esa pollera es muy corta"
"Los labios rojos mejor no”

Noe tenía unas curvas tremendas, una nena con cuerpo de bomba sexi, su padre, con tono amoroso intentaba no ser duro, pero sí firme.
Cuando pienso en él viene  a mi mente su cara colorada por la risa contenida, los ojos llorosos por evitar la carcajada y el sonido de una risita ahogada.
Su mamá estaba siempre presente, ella también se reía, el sonido estaba mezclado con una tos de fumadora.

Siempre tenía en su mesita de luz dos cigarrillos Jockey Club. Nuestro primer pucho fue uno de esos, lo fumamos en la ventana de su cuarto, mirando desde el piso trece lo enorme del mundo, creyéndonos las más vivas del planeta.

La hermana mayor fue víctima de nuestras preguntas sobre sexo. Tuvo que enojarse con nosotras más de una vez, alguna más grave que otra.

No era mucho más grande que nosotras y sin embargo tenía una madurez y sabiduría que guiaba nuestro camino generándonos un buen criterio sobre algunas cosas.
También supo ser dura cuando nos mandamos una gran macana y eso nos ayudó a no volver a ser tan taradas.

La más chiquita era brava, no interactuábamos mucho con ella, a esa edad, dos o tres años menos se notan.
Era muy cercana al papá, recuerdo las historias que la mamá contaba sobre las travesuras que hacía.
Hace unos cuatro años la encontré de casualidad y le di mi teléfono, pero no quedamos en nada, ahora Noelia me cuenta que la noche anterior a llamarme estuvo revolviendo toda la casa buscando ese papelito que le había dado su hermana.

En un grupo de facebook nuestros nombres se toparon "festejo por los 20 años de egresados", a ella le pareció que nuestra amistad se merecía más que un reencuentro en ese marco y me llamó. 

Qué suerte que lo pensó así. 

Tan apegadas estábamos que hasta nos pusimos de novias con hermanos, así seguimos juntas un tiempo más.
Esos hermanos comenzaron a llevarse mal, mi noviazgo terminó y decidí que debía cortar por completo la relación con los miembros de esa familia para poder seguir adelante con mi vida, entre ellos estaba Noe. 

Al año ella también se separó.

 Ninguna de las dos nos buscamos.

“De puro boludas, no hubo nada en particular que motivara nuestra separación” dice ahora ella y es cierto.

Dos horas hablando por teléfono, en mi casa me miraban sin entender, había dejado todo por la mitad, estaba tirada en el sillón charlando con alguien que no conocían, nombrando gente extraña, conmovida, feliz.

El haber pertenecido a su familia en esos años significó mucho en mi adolescencia, venía de una familia totalmente disfuncional y ellos fueron una referencia, un modelo, me sentí contenida.

Mi abuela le decía “mi nietita favorita” y la quería mucho, cuando se murió las dos nos quedamos huérfanas de abuela.

Al despedirnos prometimos no quedar solo en el llamado, decidimos que los años distanciadas solo habían sido unos días y que ahora el contacto se retomaba nuevamente.

“El 14 voy a tu cumple, te parece?”

"Me parece una excelente idea", le respondí.

Ese domingo cuando sonó el timbre fui bailoteando a abrir la puerta, allí estaba, nos fundimos en un abrazo sin tiempo, sin grieta, las dos volvimos a ser quinceañeras, nos confesamos la ansiedad que el encuentro nos había producido, sin poder dormir el día anterior, nos mirábamos incrédulas, parecidas, con estilos similares, cercanas en costumbres, en ideas, tuvimos que romper la simbiosis para crecer, para poder tener identidades propias.

Tuvieron que pasar 18 años para volver a vernos y darnos cuenta que nuestras vidas siguen siendo compatibles.

jueves, 10 de septiembre de 2015

el padre

Recordé a mi padre.
Recordé que cuando salíamos a pasear, nos hacía llamarlo tío.
Recordé sus ojos verdes llenos de pequeñas iras rojas.
Recordé su amor por las palomas y el desamor hacia sus hijas.
Recordé el miedo que le tenía.
Olvidé el tono de su voz.
Olvidé la presión de sus abrazos.
Olvidé.
Lo olvidé.
Nuevamente, lo olvidé.

lunes, 24 de agosto de 2015

la madre




Ana mira a su hijo, él está impaciente, quiere una respuesta.

-¿Cómo es que tengo una abuela y no la conozco?

Esa pregunta llegaría en algún momento, ella lo sabía, tenía respuestas ensayadas pero el nene la toma por sorpresa sin darle tiempo a armar una respuesta sencilla, concreta, sin ahondar en detalles, sin mentiras, con los ingredientes exactos que le habían aconsejado todos los psicólogos que había consultado por el tema.


Ana es una mujer fuerte, siempre pudo responder como si fuera lo más natural del mundo cuando le preguntaban por su familia:

 -Me tocó una madre que no elijo, me alejé de ella cuando tenía 12 años, ahora hace más de 20 que no la veo. Yo soy de las que creen que no hay que querer a la gente por mera cercanía filial, el amor hay que ganárselo, hay que sostenerlo, hay que pelearlo"

Ella decía eso mientras miraba a los ojos a su interlocutor, estaba orgullosa de sostener sus convicciones al respecto.

Nunca pensó que a quien no podría explicarle sería a su propio hijo: ¿cómo decirle que hay madres que permiten que sus hijos las dejen de querer, que se quedan calladas frente al desplante, que no pelean para recuperarlos?

Borja está en plena etapa de construcción de su identidad y Ana cree que la distancia con su rama materna le impide a su hijo trazar el mapa completo.

Tiene una abuela paterna que le cuenta cómo era su padre de niño, se divierte encontrando similitudes. 

La materna es una incógnita; tiene tía abuela materna, pero no es lo mismo, no quiere preguntarle a ella cómo era su mamá de chiquita.

Haciendo un gran esfuerzo, Ana decide intentar reencontrarse con esa mujer que fue su mamá, una noche se sienta en la penumbra para analizar la situación, cierra los ojos, trata de imaginarla, de recordarla, intenta distanciarse de su propio dolor para ver si puede comprenderla.

Su madre tenía 16 años cuando quedó embarazada de ella, era una nena, en las fotos de su nacimiento su mamá tiene la carita regordeta, luce una mueca casi inconsciente; Ana recuerda que ella estaba muerta de miedo cuando sostuvo a su hijo por primera vez.

Todavía le duele tanto, tiene tanto enojo que le oprime el pecho, respira profundo, intenta por su hijo recordar momentos en los cuales su madre le hubiera inculcado alguna idea profunda o una enseñanza, le cuesta, se exprime la cabeza, se le comprime el corazón, no hay.

Cuando Ana tenía 11 años el novio de su mamá se fue a vivir con ellas, era un hombre malo, más que malo era resentido, estaba tan frustrado por la vida horrible que supo forjarse que no podía tolerar que otros pudieran progresar, la denostaba, la maltrataba física y emocionalmente, era tan notorio que se empeñaba en desmerecerla, se burlaba de ella porque había ido a una escuela inglesa, le molestaba que fuera una lectora asidua. Un hombre que no le aportaba nada y que la hacía cada día peor persona, un hombre que supo ser su dealer por dinero y ahora lo era por todo lo que pudiera tomar de ella.

Con Ana era particularmente cruel, el desprecio que se prodigaban era mutuo, ninguno de los dos estaba dispuesto a ocultar lo que sentía respecto del otro, sólo que de un lado había un hombre y del otro, una nena.

Él se convertía en un tirano, la menospreciaba al igual que lo hacía con su mamá, las buenas notas en la escuela eran motivo de burla, hasta le había puesto un apodo: 
"conchafina", sí, así la llamaba.

Su madre permanecía callada, distante, Ana no recuerda que su madre interviniera, bueno sí, intervino una vez, ésa vez...

Se resiste, no quiere entrar ahí, se supone que busca un buen motivo para reencontrarse con ella y así ayudar a su hijo a completar su árbol genealógico pero los recuerdos son abrumadores a veces, revolver en determinadas aguas puede ser peligroso y ella ya estaba metida en ese pantano.

Hubo un día en el que su mamá decidió hablar, decidió intervenir.

Él estaba como siempre, borracho y drogado, su madre también, Ana y sus hermanas recién llegaban de la escuela, no había almuerzo listo ni persianas levantadas, la pila de ropa sucia se acumulaba en el patio sobre el lavarropas, el hermano más chico tenía el pañal sucio y lloraba, seguro tendría hambre, probablemente la escena no distara tanto de otras veces, pero aquél día Ana estaba diferente.'

Levantó las persianas con toda la furia que pudo, abrió las ventanas, calentó una mamadera y mientras miraba dentro de la heladera para ver qué cocinar, el inmundo hombre se abalanzó sobre ella, de un empujón la estampó contra la pared, sacó el queso y el dulce de batata y se cortó un buen pedazo, mirándola por encima de su hombro dijo: 

-Agradecele a tu abuelita Trini". 

Ana sintió que se tambaleaba, la vista se le oscureció, la ira se apoderó de su brazo y con la fuerza del asco acumulado le pegó una trompada en la espalda. 

Su abuela, o abuelita como ella pedía que la llamaran, se encargaba de llevarles comida, ni su madre ni el engendro trabajaban. 

Trini no le daba dinero a su hija porque sabía que era drogadicta pero llegaba todos los viernes con provisiones para que nunca les faltase el alimento.

Que ese hombre espantoso se burlara de ella parecía una locura, aún para el entendimiento de una niña de 12 años.

Con los ojos inyectados de sangre la miró tan profundo, como una serpiente hipnotizando a su presa, la tomó del cuello y la levantó en el aire.

Ana tenía tanto miedo como bronca, eso le permitió sostenerle la mirada y siguió observándolo hasta que él la bajó. 

Sus lágrimas brotaban en silencio, gordas, pesadas, pero mudas.
Miró a su madre que estaba ahí, pegada, a un brazo de distancia, pudiendo evitar que semejante bestia posara sus manos en su hija, pero su madre solo atinó a embestirla con la mirada más dura que pudo y le gritó algunas palabras. 

Ana no las recuerda, las sabe duras, las sabe dichas con desprecio. 

Las imágenes vuelven en cámara lenta aunque quisiera que se fueran rápido, sus hermanas la miraban mal, había hecho enojar a la fiera y seguramente ahora se desquitaría con todos. 
Ellas habían adoptado la postura de parecerse y eso las había salvado en muchas oportunidades, a ella no le salía y eso casi siempre le jugaba en contra. 

En ese momento, frente al caos, la desazón, la soledad más tremenda, no pudo más que respirar profundo, no sabe cómo siguió, no retuvo los pasos siguientes, solo recuerda que fue en ese preciso instante que supo con certeza que esa mujer no podía cuidarla y ella, como cualquier niño, necesitaba sentirse a salvo.

Ese fue el último día que vivieron juntas como madre e hija.

Se siguieron viendo, siguieron hablando, nunca jamás le preguntó por qué se había ido a vivir con su abuelita, nunca intentó que volviera, ella cree que su mamá también se dio cuenta de que no podía cuidarla.

Años más tarde comprendió que nunca más cambiaría, la esperanza de recuperarla se esfumó cuando su abuelita se enfermó de cáncer y en tres meses se murió.

Estaba deshecha, sentía que el mundo se había vuelto loco, esperaba con todo su ser que su madre sentara cabeza, buscara un trabajo y cuidara a sus hijas, pero no, se fue a vivir lejos, a varios kilómetros de distancia. 

Ana tenía 16 años, la edad que su mamá tenía cuando ella nació.

La última vez que hablaron fue cuando la hermana más chica estaba embarazada y se cruzaron en su casa visitándola.

Ana estudiaba en la facultad, Trabajo Social ¿qué más? 

Trabajaba durante el día y por la noche estudiaba, le iba bien, significaba un gran esfuerzo pero estaba entusiasmada.
Mientras Ana le respondía a su madre contándole sobre las materias que más la apasionaban, ella interrumpió su relato para decir:

 -¿Viste qué linda está Male? La pancita rendondita, redondita". 

Male, la hermana menor, había quedado embarazada a los 16 años, igual que su mamá.

Ridículamente a Ana comenzó a irle mal, se le hacía muy difícil estudiar y trabajar, vivía con una amiga, no les alcanzaba el dinero y finalmente decidió dejar la facultad.

En una de esas charlas con amigas fue que se le corrió el velo, pudo identificar el motivo por el cual había dejado de estudiar, volvió a esa conversación con ella, volvió el desprecio:

 "Redondita, redondita... "

Otra vez la desazón, esta vez diferente, esta vez como confirmación, como mano en el hombro para convencerla de que la distancia era lo mejor, esa mujer no podría aportarle nada valioso a su vida, esa mujer le hacía mal.

Ana suspira, infla el pecho, se mira al espejo, se mira a los ojos, repasar los acontecimientos le da el valor suficiente.

Su hijo espera una respuesta, Ana le pide que se siente junto a ella y con total naturalidad le pregunta:

-¿Qué es una mamá?

El niño la mira, piensa un poco y después dice:

-La que te cuida.

-¿Y una abuela?

Piensa otro poco y dice:

-La que cuida a los padres y también a los nietos.

Ana lo abraza y le dice:

- Nosotros no tenemos eso, está la persona, existe mi mamá y existe tu abuela, pero ella no sabe cuidar, es por eso que no la llamamos así y es por eso que no la vemos.

El niño se queda pensando, hace una mueca con su boca, camina hacia la puerta y sin girar le dice:

-Aunque vos no me cuidaras, yo no te dejaría de ver.

Ana está en paz, sabe que el hecho de que su hijo no pueda siquiera imaginarse esa sensación es la confirmación de que ella pudo alejarse de ese dolor, que pudo exorcizarlo, transformarlo, pudo reconstruir su vida al punto de que ese pasado le parece una historia en tercera persona.






jueves, 28 de mayo de 2015

Un día en la vida



Si tuviera la posibilidad de elegir mi último día, sería así:

Por la madrugada estaría en brazos de mi mamá, sería una bebita recién nacida, todos estarían felices por mi llegada a sus vidas.

Muy temprano por la mañana, observaría a mi abuela al prepararse para ir trabajar.
La vería ponerse cremas, olería su ropa bien planchada, me probaría sus exóticos zapatos. Luego iríamos juntas a su trabajo, tendría 4 años y recorrería de su mano ese enorme edificio lleno de oficinas, me dejarían jugar con las máquinas de escribir, me traerían alfajores y un submarino.

Al mediodía, ayudaría a mi bisabuela a secar los finos bastoncitos de papas, “bien sequitas que así salen las mejores papas fritas”, me diría ella y yo lo recordaría para siempre.

Después del almuerzo jugaría con mis hermanos y primos, el cuarto oscuro sería el juego elegido. Llenaríamos de trampas la habitación para que el desafortunado buscador padeciera los peores accidentes y los escondidos se delataran con sonoras carcajadas.

Volvería a pasar las tardes con Noe, haciéndonos baños de crema y trenzando su pelo al mejor estilo Bo Derek.

En medio de la tarde, tendría 16 años y sentiría explotar mi corazón al escuchar la voz de mi primer novio en el teléfono.

Me fumaría mi primer porro otra vez, sería el día del amigo y estaría festejando con las chicas de Lanús, acostadas en la terraza mirando las estrellas, contándonos secretos, hablando de nuestros miedos, filosofando pelotudeces y riendo, riendo como solo se hace con amigas, llorando de la risa, con dolor de panza, hasta con un chorrito de pis que se escapa y todo.

Volvería a Mar del Plata a pasar un rato de aquél fin de semana, aquel en el que no salimos del hotel por dos días y nos quedamos conociéndonos con ese novio que tan bien supo entender mi cuerpo.

Me comería un pote de frutillas con crema, pero no cualquier crema, la que preparaban en Gallardón y mi bisabuela me mandaba a buscar con la botella de vidrio.

Vería por primera vez a Tonio, sentiría alguna especie de certeza rara y así de rápido, ya estaría tomada de su mano conociendo la que sería nuestra casa, sentiría una leve presión en mis dedos al mismo tiempo que yo presionaría los suyos, nos estaríamos poniendo de acuerdo al unísono y sin mediar palabras, por primera y única vez.

Antes de la merienda llamaría a mi mejor amigo, le contaría que estoy embarazada, le confesaría el miedo que me da y que él es el primero en saberlo, lloraríamos los dos, emocionados, sabiendo que sería el inicio de una familia que no quedaría trunca jamás.

Dormiría la siesta pegada a la boca de bebito de mi hijo Borja, respiraría su aliento, me hundiría en sus cachetitos de lactante, lo abrazaría, querría atármelo al cuerpo, no soltarlo nunca, nunca, nunca jamás.

Dejaría que mi gato Bochatón me amasara la cabeza, lo dejaría reposar sobre mi espalda, le masajearía la panzota con mis pies.

Me sentaría bajo el sauce llorón del tío, cerraría los ojos y escucharía las voces de la familia reunida, de la disfuncional y quebrada familia, no los vería, querría oír de qué hablan, ver si puedo recordar algo de todo ese murmullo de gente que se disgregó de mi vida de forma tan prematura.

Me acariciaría la panza, le hablaría a mi beba Carmen y sentiría sus pataditas respondiendo a mi voz, la pariría, la bañaría conmigo, le daría mil, cien mil, un millón de besos.

Escucharía al Flaco, sería una tardecita de lluvia, estaría acostada en el piso y jugaría con los rulos de aquel amigo que habló de amor, cuando ya no se podía.

Tomaría el té en Córdoba con mi prima y mi tía, nos empacharíamos de colaciones y de anécdotas, estaríamos sentadas en la mesa que era de mi bisabuela, el fuego no la habría consumido.

Me agarraría un buen pedo con mis Amigas, estaríamos en Tilcara, una de ellas cantaría Perfume y el resto la acompañaríamos a los gritos y desafinando, los perros aullarían y nos revolcaríamos de la risa.

Le daría un beso a mi abuelita Trini, se lo daría sabiendo que es el último, le pediría a mi bisabuela Cuqui que me llame “Aneeeeeetiiiiitaaaa” como hacía cuando jugábamos a que yo estaba en la montaña y tenía que bajar para ayudarla a poner la mesa.

Llegaría la noche y me acostaría con mis hijos y mi compa, en una cama mullida, con las sábanas recién lavadas, leeríamos un cuento, comeríamos chocolate con almendras y nos quedaríamos dormidos bien abrazados.

Me llenaría de canas del pelo, estaría feliz, sabría que si llegué hasta ahí, fue luego de recorrer un hermoso camino, tan hermoso que no elegiría nada diferente para mi último día en esta vida.


jueves, 5 de febrero de 2015

Tonio




Pienso en la metamorfosis del amor, pienso que es una metamorfosis al revés, comienza como una bella mariposa, con enormes alas, deslumbrantes colores, vuela alto. Vive poco. 

Si supo sobrevivir lo suficiente construye un capullo, anida y al tiempo nace un gusano baboso, pegajoso, lento. La percepción que otros y él mismo tienen sobre sí, es diferente a la de la deslumbrante mariposa.

 El gusano no necesariamente es malo, vive más tiempo, anda arraigado al piso, cuida bien el nido que tanto le costó construir, claro que la mariposa es más atractiva y vibrante, hasta parece que respirara con mayor intensidad. Sabemos de entrada que tiene una vida corta, el enamoramiento dura poco, es maravilloso atravesarlo y creo que funda las bases para que el gusano se sostenga,  para que el gusano resulte siendo la realidad más hermosa.

Nos conocimos en una fiesta, casi no voy ese día, casi no lo conozco.
Nos echamos una mirada furtiva y al segundo, ya estábamos conversando en un rincón. Supe en ese momento que podía confiar en él. 

Después de esa noche no nos vimos por un tiempo, yo necesitaba reacomodar mis sentimientos luego de terminar otra relación.

Llamaba a mi casa solo para leerme cosas lindas por teléfono, me esperó y un día nos volvimos a ver. 

El plan era cenar en su casa y después ver Ciudad de Dios, en el cine. 
Alquilamos esa peli varios años después, esa noche no salimos.

La primera vez que fuimos al cine fui yo quien propuso la película, “El gran pez”, hasta hoy es una de mis favoritas, no puedo explicar cómo disfruté verla, tan sumergida estaba en la bella historia que no me di cuenta que él bufaba sin parar, resoplaba, se movía en la butaca. Al salir de cine sentenció:

- “nunca más veo una película sin antes leer las críticas”

En ese momento pensé que no compartíamos los gustos esenciales, que además era un egoísta, un pedante, cómo era posible que no le gustara esa hermosa historia? 

Con el tiempo entendí que es imposible para un tipo tan concreto en su forma de pensar, prestarse al juego de la ficción y de la misma manera para una mina tan necesitada de historias fantásticas es imposible vivir sumergida en la realidad constantemente.

Hoy aprendimos a respetar las diferencias, no, no hacemos una vez cada uno, no nos hace falta que el otro sacrifique su tiempo en pos del disfrute del otro, uno puede estar leyendo mientras el otro ve una serie, así bajo las mismas sábanas, cerca, pero cada uno en la suya. 

Individualidad de la buena.

Pasó el tiempo y un día le dije de vivir juntos.

Cada uno tenía su casa, a una distancia de 45 minutos uno del otro, yo pasaba varios días seguidos en la suya.
Una semana después estaba en un flete con toda mi casa embalada, rumbo a la nueva aventura. 

Él viajaba atrás. Quizás fue eso, viajar en la caja del camión, tal vez fue ver la cantidad enorme de paquetes, paquetitos, libros, muebles, muchos muebles, o acaso el motivo habrá sido, el hecho de dejarse llevar por una impetuosa mujer y tomar una decisión tan importante, sin dar las mil vueltas que suele dar antes de definir sus pasos.
Lo cierto es que una vez aterrizados y luego de bajar todas mis pertenencias, su cuerpo le avisó sobre tu estado de ánimo de la manera más literal, salió del baño con el semblante algo verde y se fue a acostar.

Al año venía en camino Borja, otra aventura.

Ya nos habíamos sobrepuesto a las diferencias de los primeros pasos de una convivencia, en ese momento las pensábamos enormes, no imaginábamos lo que significa criar a un hijo y el enorme esfuerzo que requiere ponerse de acuerdo en ello.

Todavía estaba embarazada cuando lo escuché decir que él no quería que su hijo relacionara marcas con productos, el niño nombró jugo negro a la Coca Cola hasta que algún compañero del jardín le escupió:

-qué te pasa papafrita, se llama Coca!!

Afrontamos una separación, supimos dar marcha atrás y volver a apostar. 

Llegó Carmen a nuestra vida y la hizo más hermosa.

Él todavía no dijo nada del jugo negro ni de las Barbies, ni tampoco admitió que yo tenía razón en que iba a estar bueno darle un hermano o hermana a Borja, ni siquiera, cuando aquella vez volviendo del parque los cuatro, nuestro hijo dijo como al pasar: 

-gracias por darme una hermanita.

En la lista de pros y contras la columna de la izquierda es siempre más larga; es un gran, enorme padre, como todo lo que hace, se lo toma en serio, da lo mejor de sí y es tremendamente consecuente entre lo que dice y hace.

De las cosas que no sabría cómo catalogar está su frase:

-Que el tiempo lo repare.

Me da bronca reconocerlo, siempre le sale bien, el termotanque estuvo un tiempo largo pinchado, le puso un tupper abajo y dijo: 

-Ya se va a solucionar solo.

Yo soñaba con que el termo se reventaba y caía agua por todo el dpto, que iba a ser algo terrible y que seguro iba a suceder cuando estuviera sola. 

Un día, tal como él predijo, dejó de perder agua.


Como éste hay mil ejemplos, las cosas se arreglan solas si uno sabe darles tiempo y él es un experto en mantener su ansiedad a raya y yo soy una tremenda ansiosa.

Como pareja es poco cariñoso verbalmente hablando, iría en la columna de la derecha, pero manifiesta lo que siente con hechos. Si bien pienso que alguna palabrita linda no estaría de más alguna vez, su forma de decir que me quiere es prepararme el desayuno, dejando que duerma 10 minutos más y la verdad, yo también prefiero eso.

En su mundo profesional es un hombre humilde con sus logros, se compromete y da todo cuando creé que así lo merece el asunto. 

Tiene las convicciones tan bien puestas, las ideas tan claras, su presencia se nota y su palabra es valorada en todos los ámbitos donde le interesa que así sea. 
Ojo que no lo dice una mujer en estadío mariposa, ya soy toda gusano, lo dice la mujer que conoce a fondo su integridad, que también la padece, que también querría que alguna vez fuera un poco contradictorio para verlo más humano y no tan maquinal.

En la columna de la derecha pondría que le falta humor, que le falta reír, le falta la faceta tonta de la vida, le falta dejar de ser tan racional y permitirse el doble sentido, necesita aprender a reírse con Borat, o Seinfield, nunca vio y me arriesgo a decir que no sabe qué es “Friends”. 

Solo se ríe con Capusotto.

Agregaría que es el hombre más austero que conocí, aplicado a todos los aspectos de su existencia.

A veces me encantaría que gaste de más, que derroche algo, que necesite alguna ropa, que se tiente con algún objeto, que coma una Tita entera!!! 

Sí, es capaz de cortarla por la mitad así tiene para el día siguiente. 

Iría en la columna de contras si no fuera porque a la vez es el hombre más generoso con el resto del mundo, con sus compañeros de trabajo, de militancia, conmigo siempre, lo económico en su vivir se acota a su propia vida, con la gente que quiere se brinda sin reparos.

Su temperamento no sé en qué columna ponerlo. 

Cuando discutimos, para mi es el fin, se acaba el amor, se acaba la convivencia, me enojo tremendamente, lloro, amago con hacer el bolso, me duele el cuerpo, soy todo dramatismo, quiero romper platos, azotar puertas, mientras tanto del otro lado de la tormenta está calmo, me mira sereno, habla tranquilo, me convence diciendo que somos una de las parejas que mejor se llevan según su criterio,  intenta racionalizar la situación, se mantiene inmune, claro que si estuviésemos los dos en el mismo lado de la tormenta sería tremendo, claro que está bueno que uno mantenga la calma en esas circunstancias, pero a veces, por un ratito aunque sea, me encantaría que se vuelva un poco loco, que pueda ser irracional.

Un apartado especial merece su manía por la no moda, qué digo moda, por el: "me importan un bledo las convenciones y criterios sobre la vestimenta".

Su madre se angustia y siempre repite que lo crió impecable, yo pienso que el pobre no pudo revelarse en la juventud y lo hace ahora en la madurez.
Camisa cuadrillé va perfecto con saco a rayas, sandalias con medias, sí, bermudas y sandalias con medias es su básico de media estación, a veces mejora el atuendo usando medias de distinto par. 

Ha querido llevarse las pantuflas al trabajo; "las uso mientras estoy en la compu y después las guardo en el cajón de mi escritorio," decía.

Tiene la campera de su viaje de egresado a Bariloche, 23 años hace de eso. La pobre está percudida, es horrenda, pero él dice que está impecable, hace poco la enganchó con la bicicleta y se le abrió un siete, genial pensé, ahora al fin se comprará una nueva, no, sigue usándola con ese pedazo colgando.
Su mamá me ha llegado a decir que no lo quiero bien por no tirarle a la basura cierta ropa, otro día hablamos de micromachismos, a mí un poco de ternura me da que tenga ese rasgo infantil, esa rebeldía a destiempo.

Hay una cantidad infinita de cosas que resolvemos distinto, guardo las sobras en la heladera directamente en la cacerola, él las pone en un tupper, me saco la ropa y la revoleo desde la cama hasta la silla que está a los pies, él dobla la suya y la coloca sobre mi pila, él cruza la calle cuando no vienen autos, yo espero que el semáforo esté en rojo, cambiaría los muebles de lugar todos los días, él podría vivir para siempre con todo en el mismo lugar, él es de los que se especializan en un solo tema, yo soy la de las mil curiosidades, la que hace 700 cursos.

 Somos insoportablemente distintos. A veces es divertido, otras insufrible.

Es un gran tipo, difícil, complicado, taurino, amante de las siestas y el queso parmesano, del asado y el vino tinto, arroz con leche su postre favorito.
Necesita poco, dice que él disfruta, que le creamos que es feliz, que se considera un “amargo”, pero no le parece algo negativo, que las palabras le parecen innecesarias que son los actos los que valen, es predecible, por mala le digo que curte la onda “Mostaneza”, se acuerdan esa publicidad que decía “para qué, si así estamos bárbaro”? Con él vivi los años más estables de mi vida, nunca me habían querido con tanta seguridad.

Estamos en el estadio gusano, anidamos, nos conocemos, sabemos las mañas y manías de cada uno, no hay intensidad, casi no queda.

Se podría decir que somos una pareja sin sorpresas, sin sobresaltos. 

Quedan resabios de la mariposa que fuimos, cada noche cuando escucho la llave girar en la cerradura se me infla el pecho, mi corazón se acelera, me  alegra que vuelva al nido a gusanear.