jueves, 28 de mayo de 2015

Un día en la vida



Si tuviera la posibilidad de elegir mi último día, sería así:

Por la madrugada estaría en brazos de mi mamá, sería una bebita recién nacida, todos estarían felices por mi llegada a sus vidas.

Muy temprano por la mañana, observaría a mi abuela al prepararse para ir trabajar.
La vería ponerse cremas, olería su ropa bien planchada, me probaría sus exóticos zapatos. Luego iríamos juntas a su trabajo, tendría 4 años y recorrería de su mano ese enorme edificio lleno de oficinas, me dejarían jugar con las máquinas de escribir, me traerían alfajores y un submarino.

Al mediodía, ayudaría a mi bisabuela a secar los finos bastoncitos de papas, “bien sequitas que así salen las mejores papas fritas”, me diría ella y yo lo recordaría para siempre.

Después del almuerzo jugaría con mis hermanos y primos, el cuarto oscuro sería el juego elegido. Llenaríamos de trampas la habitación para que el desafortunado buscador padeciera los peores accidentes y los escondidos se delataran con sonoras carcajadas.

Volvería a pasar las tardes con Noe, haciéndonos baños de crema y trenzando su pelo al mejor estilo Bo Derek.

En medio de la tarde, tendría 16 años y sentiría explotar mi corazón al escuchar la voz de mi primer novio en el teléfono.

Me fumaría mi primer porro otra vez, sería el día del amigo y estaría festejando con las chicas de Lanús, acostadas en la terraza mirando las estrellas, contándonos secretos, hablando de nuestros miedos, filosofando pelotudeces y riendo, riendo como solo se hace con amigas, llorando de la risa, con dolor de panza, hasta con un chorrito de pis que se escapa y todo.

Volvería a Mar del Plata a pasar un rato de aquél fin de semana, aquel en el que no salimos del hotel por dos días y nos quedamos conociéndonos con ese novio que tan bien supo entender mi cuerpo.

Me comería un pote de frutillas con crema, pero no cualquier crema, la que preparaban en Gallardón y mi bisabuela me mandaba a buscar con la botella de vidrio.

Vería por primera vez a Tonio, sentiría alguna especie de certeza rara y así de rápido, ya estaría tomada de su mano conociendo la que sería nuestra casa, sentiría una leve presión en mis dedos al mismo tiempo que yo presionaría los suyos, nos estaríamos poniendo de acuerdo al unísono y sin mediar palabras, por primera y única vez.

Antes de la merienda llamaría a mi mejor amigo, le contaría que estoy embarazada, le confesaría el miedo que me da y que él es el primero en saberlo, lloraríamos los dos, emocionados, sabiendo que sería el inicio de una familia que no quedaría trunca jamás.

Dormiría la siesta pegada a la boca de bebito de mi hijo Borja, respiraría su aliento, me hundiría en sus cachetitos de lactante, lo abrazaría, querría atármelo al cuerpo, no soltarlo nunca, nunca, nunca jamás.

Dejaría que mi gato Bochatón me amasara la cabeza, lo dejaría reposar sobre mi espalda, le masajearía la panzota con mis pies.

Me sentaría bajo el sauce llorón del tío, cerraría los ojos y escucharía las voces de la familia reunida, de la disfuncional y quebrada familia, no los vería, querría oír de qué hablan, ver si puedo recordar algo de todo ese murmullo de gente que se disgregó de mi vida de forma tan prematura.

Me acariciaría la panza, le hablaría a mi beba Carmen y sentiría sus pataditas respondiendo a mi voz, la pariría, la bañaría conmigo, le daría mil, cien mil, un millón de besos.

Escucharía al Flaco, sería una tardecita de lluvia, estaría acostada en el piso y jugaría con los rulos de aquel amigo que habló de amor, cuando ya no se podía.

Tomaría el té en Córdoba con mi prima y mi tía, nos empacharíamos de colaciones y de anécdotas, estaríamos sentadas en la mesa que era de mi bisabuela, el fuego no la habría consumido.

Me agarraría un buen pedo con mis Amigas, estaríamos en Tilcara, una de ellas cantaría Perfume y el resto la acompañaríamos a los gritos y desafinando, los perros aullarían y nos revolcaríamos de la risa.

Le daría un beso a mi abuelita Trini, se lo daría sabiendo que es el último, le pediría a mi bisabuela Cuqui que me llame “Aneeeeeetiiiiitaaaa” como hacía cuando jugábamos a que yo estaba en la montaña y tenía que bajar para ayudarla a poner la mesa.

Llegaría la noche y me acostaría con mis hijos y mi compa, en una cama mullida, con las sábanas recién lavadas, leeríamos un cuento, comeríamos chocolate con almendras y nos quedaríamos dormidos bien abrazados.

Me llenaría de canas del pelo, estaría feliz, sabría que si llegué hasta ahí, fue luego de recorrer un hermoso camino, tan hermoso que no elegiría nada diferente para mi último día en esta vida.