jueves, 14 de febrero de 2013

Ser mamá

Esta marca tiene 36 años, como yo.

Nacimos el mismo día y, si bien siempre está latente, puedo contar con los dedos de una mano los momentos en que emergió: cuando tuve mi primer período, cuando mi abuela se murió, también la sentí cuando se acabó el amor con mi primer novio, se me hizo carne cuando me peleé con mi mejor amiga y picó cuando decidí convivir con quién, luego, formaría una familia.

Pasea por mi cuerpo, a veces se aloja en mi pecho, le gusta mucho habitar mis ojos y enmudecer mis ideas, hay días que quiere hacerme doler las rodillas, quiere vencerme, quiere que me quiebre en dos.
La siento, rara vez la nombro.
No me imaginaba la fuerza de volcán que podía tener, hasta que un día, hace 7 años, explotó, finalmente dejó de echar humito y rugió todo su espanto, escupió todo su horror.

Me tomó por sorpresa, eligió un momento en el que me encontraba totalmente expuesta, totalmente vulnerable.

El 5 de mayo de 2006 fui madre por primera vez. En el mismo momento que sostuve a mi hijito hermoso, coloradito y suave, ella decidió aparecer con toda la fuerza que podía tener.

Yo ya había escuchado esa palabra: "puerperio", lloraría de emoción, me frustraría un poco hasta poder dar la teta, padecería el extrañamiento del cuerpo vacío de bebé... sería eso y nada más, lo que me aquejaría en ese inevitable momento.


Había pasado 9 meses, 41 semanas y dos días embarazada, con una sonrisa permanente en la boca, viviendo en un mundo paralelo donde todo era hermoso, flotaba, a pesar de lo enorme de mis piernas, flotaba.


Los primeros días de madre, con criatura afuera, se despedazó mi autoestima, me desaparecieron las verdades, me anulé como ser pensante. 


No sabía nada, no sentía ese poder que te dicen que te da la maternidad, más bien era un cúmulo de dudas. 


La única certeza que rondaba mi empequeñecido intelecto, era la convicción de que el saber maternar es algo que debe donarse, que la información se traspasa, que un Ser primordial tiene que estar a tu lado para susurrarte los secretos.
Se me había antojado que la transmisión de saber podía tomarse de la propia experiencia como hija, no era totalmente necesario tener a ese Ser en vivo y en directo, una podía nutrirse de lo aprendido en esa relación ya vivida.

Para bien o para mal, podía tomar la propia experiencia para modelar la madre que sería a partir de ese momento. 

Estaba medio mística.


La cabeza me dolía mucho, me dolió toda la primera semana de nacido mi bebé, dijeron que era un efecto adverso de la anestesia, yo creo que era un efecto necesario. 

La marca tenía que dolerme así de fuerte, tenía que manifestar todo su grito contenido.

Cuánto más pensaba en la hija que fui, más vacía de saber me sentía.

Qué injusta mi marca que, esta vez, se manifestaba en ambigüedad de sentimientos, estaba en el mejor de los mundos, acunando a un hijo tan esperado, tan soñado, abrazada y sostenida por un compañero amoroso y a la vez tan triste, tan sola, tan chiquita.

Cómo es que no podía hacer caso omiso a mi herida abierta, cómo es que no había cicatrizado después de tanto tiempo.

Cuánto más pensaba en la madre que tuve, más se habría mi herida.

Nadie para mostrarme el camino, ningún Ser primordial.

Mi madre nació hace 36 años, yo nací hija y ella madre, pero no pudo hacerlo, no pudo maternarme.

Quiso ser mi hermana, mi amiga, mi enemiga, nunca madre.

Y yo no quise que lo fuera.

Mi abuelita Trini quiso ser mi madre, pero también quiso ser abuela, fue las dos cosas a la vez, que es como no ser del todo ninguna.
Mi madre no conoce a sus nietos.

Mi abuela se murió joven.

Quién iba a contarme los secretos sobre ser madre?

De quién podía tomar el modelo?

El dolor de cabeza se fue curando, con los días se fue calmando.

Pude sonreír, pude disfrutar a mi bebé.

Con sus ojitos posados en los míos, el saber se me fue dando.

Ese Ser primordial que me enseñaría a ser mamá, era él, era Borja.
 
Le inventé una mamá, la mejor que puedo ser.